viernes, 29 de junio de 2012

MAS DE CIEN MENTIRAS.

En la división de tipos de texto en verídicos y ficcionales existe una asimetría: los géneros que consignan hechos verídicos como el periodismo o la historia tienen sin lugar a dudas “obligación de decir la verdad”. En cambio los géneros catalogados como ficcionales no tienen la obligación de inventar todo lo que dicen. Tienen licencia para utilizar hechos de la realidad como insumo para un producto final que será leído (o al menos así debería ser) como ficción. Sin embargo, no siempre es así y esto genera entre algunos lectores la duda o la disquisición acerca de si lo que cuentan realmente ocurrió o no. Los diferentes géneros artísticos, dadas sus características se prestan más o menos a estos equívocos. La ciencia ficción o el fantástico no generan dudas acerca de su condición de “cosa inventada” mientras que la poesía y la canción sí. En el caso concreto de esta última tenemos la presencia ineludible de la voz, que por lo general suele ser la del propio autor. Pensemos en un tema en primera persona. ¿Cómo resistir la tentación de asociar ese “yo” que aparece hablando con la voz que le da vida. Si encima pensamos en un artista como Sabina, que ahonda en lo autobiográfico y que rara vez se pone “en el traje y la piel” de otros sujetos (podemos citar El caso de la rubia platino y Ay Calixto como ocasionales excepciones), la confusión, la imposibilidad de verificar nítidamente el límite entre autor y sujeto, es comprensible.
Existe, sin embargo, cierta idea social de que el artista tiene “licencia para mentir” a partir de hacer hablar a sus seres, que son los sujetos poéticos. Cuando Sabina afirma en Es mentira (1996) “Es mentira que nos dieran las diez” (en relación con la historia que cuenta en Y nos dieron las diez; 1992) está aludiendo a esta forma sencilla y popular de entender los pactos artísticos. En Siete crisantemos (1994), más allá de la enunciación desde un lugar oracular, Sabina advierte que “en tiempos tan oscuros nacen falsos profetas”, poco antes de declarar que se conforma con “lo que buenamente me den por la balada de la vida privada de Fulano de Tal”, dejando entre paréntesis el valor de su palabra
Lo interesante en Sabina es que, conciente de esta situación borrosa en que se mezclan la verdad y la mentira, la utiliza como motivo de reflexión en sus propias canciones. Y esto excede por mucho la anécdota acerca de si lo que cuenta realmente ocurrió o no y abarca la reflexión sobre la moral imperante, los mandatos sociales, la naturaleza de los roles, las apariencias y las paradojas que devienen como consecuencia. Es uno de los costados más filosóficos, sin pretensión de tal, del discurso sabiniano.

Afuera espera la noche disfrazada de mujer…
Mentiras Piadosas es el disco donde el tema verdad-mentira aparece más evidenciado. Desde el título mismo se lo anuncia como una de las líneas de reflexión, en relación, en parte, con el engañoso reflejo de la realidad en los medios. El tema homónimo plantea la mentira como cosa necesaria, o más aun, como parte de los secretos del arte amatorio, idea presente también en Hay mujeres (1996): “Hay mujeres que dicen que si cuando dicen que no”.
El tema de la apariencia y la realidad viene asociado en Sabina al del día y la noche. Se podría plantear que la noche es el lugar del disfraz, del maquillaje, en el cual los correctos padres de familia se pintan y se travisten, o se podría invertir el razonamiento y plantear que la realidad ocurre de noche mientras que el día, la luz, el ser observado, favorece la impostación. En conclusión, la verdad termina adulterada, reprimida, asfixiada por la camisa de fuerza de la moral y el deber social. Pocos cuentan con la valentía suficiente (el “Capitán de su calle” que “gritaba cuando había que callar” y termina sancionado) o los mecanismos de defensa necesarios (como el sujeto de Ataque de tos (1990) para rehuir a esa impostación cultural que tiene lugar durante el día. La enorme mayoría compensa lo que quiere ser y no se atreve en el espacio seguro y oscuro de la noche. El verso “si en la película de ser mujer estás harta de tu papel” manifiesta esta idea de que lo cotidiano, es una cuestión de roles predeterminados. Vivimos actuando, representando un papel, fingiendo. “Las palabras no son más que un oscuro antifaz” dice en Quédate a dormir (1985). Aquí lo desmerecido es el decir en relación con el actuar: “Una forma de disimular tu ansiedad”. Ejemplos como el de Ciudadano cero (1985): (“Nunca dio el menor/Motivo de alarma señor comisario/Nadie imaginó/Que escondiera un arma/Dentro del armario”) además de llevar al extremo la máxima de que “lo que no se dice se actúa” refuerza esta idea de no saber quién es quién dentro de las máscaras cotidianas. Estas situaciones son un tema recurrente: “De noche piel de hada, a plena luz del día, Cruela de Ville” (Medias Negras; 1990). En tal caso, la propuesta de Sabina es “pasar con prudencia de las apariencias” como sugiere en Cuernos (1987), y como hace el sujeto de Besos en la frente (1988) que encuentra su merecido premio: “Yo que en cosas del amor/Nunca me dejé guiar por las apariencias/En su cintura encontré/Una mariposa de concupiscencia”.

Dímelo todo, miénteme, por favor…
Pero también existe una “apariencia positiva” en Sabina, que no está relacionada con la impostación diurna sino con la imaginación y la posibilidad de escapar de la realidad. La heroína de Besos de Judas (1988) “no soporta el dolor” y por lo tanto “le divierte inventar/Que vive lejos en un raro país”. A los personajes de Retrato de familia con perrito: “…la realidad los aplastaba/Pero cerraban al dormir/Los ojos y se la inventaban”. Lo maquillable tiene que ver con la apariencia, a igual que el arte, cuyo objetivo es la creación de belleza. Esta idea de la invención como antídoto contra las miserias de la vida está presente en el comienzo de Balada de Tolito (1985), homenaje al artista ambulante y popular: “su oficio es retorcerle el cuello a la pena/Y abrir una ventana a la fantasía”. La del Pirata Cojo (1992) ilumina otro aspecto de esta función balsámica del arte: la posibilidad de imaginarse otro destino. Es el único caso en el cual el disfraz, la impostación positiva ocurre (eventualmente) durante el día. La chica de Besos con sal (1994) que “a cada hora cambia de piel” tiene que ver con este sujeto que ansía convertirse en otro. En Más de cien mentiras (1994), la mentira es una vez más la mentira positiva del arte (“Es mentira que más de cien mentiras no digan la verdad”) pero también de la religión: sendas muletas que el ser humano utiliza para seguir adelante.

A veces gana el que pierde…
Las situaciones paradójicas son una constante en la obra de Sabina, a medias entre el humor y la iluminación. En Tratado de impaciencia nº 10 es la propia decisión de los amantes de no acudir a la cita la que genera el desencuentro. Lo lógico sería un sujeto poético en tercera. Tal como está, en primera persona, se genera una paradoja: ¿cómo sabe que la chica no fue si el mismo protagonista no lo hizo? Otras paradojas: los amores eternos que duran tres meses (Amores eternos; 1988), los artistas que quieren comerse la vida y son devorados por ella (Rap del optimista; 1988), la del amante que gana perdiendo una mujer (Como un explorador, 1994), la del ingeniero mayordomo del “tío del saco” (La casa por la ventana, 1994), la puta llamada Inmaculada (Mas guapa que cualquiera; 1998), etc.
Pero sin duda, la paradoja más efectiva es la del comienzo de Pobre Cristina (1990): “Era tan pobre que no tenía más que dinero”. En medio de una vida signada por la impostación y el engaño, a la desafortunada Cristina “Solo el espejo le escupe la verdad a la cara”. El espejo en Sabina es un símbolo de verdad inevitable, no hay nadie más, uno no puede autoengañarse. Desde esta imagen el sentido difuso de Corre dijo la tortuga se hace nítido: en medio de un sinfín de apariencias y paradojas del mundo exterior la verdad está dentro de uno, en ese momento íntimo de mirarse a sí mismo.

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